Información
de Fray. Tomás Gálvez, ofm.
¡BIENVENIDA
LA HERMANA MUERTE!
Un
día el médico Buongiovanni, amigo suyo, forzado por el Santo a decir la verdad,
le confesó sin rodeos que su mal era incurable y que moriría a finales de
septiembre o, todo lo más, a primeros de octubre. Oído lo cual, exclamó: ¡Bienvenida
mi hermana muerte!. También un fraile, tal vez fray Elías, le comunicó su
próxima partida y, para preparar su ánimo, le dijo que su muerte, aunque
dolorosa para los hermanos y para muchísimas personas, para él supondría un
gozo infinito, el descanso de sus fatigas y la mayor de las riquezas. Y lo
invitó a dar a todos ejemplo de serenidad y gozo. La respuesta de Francisco fue
llamar a fray Ángel y fray León y ponerse a cantar el Cántico del hermano Sol,
al que le añadió una nueva estrofa, que decía: Alabado seas, mi Señor, por
nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar.
¡Ay de los que morirán en pecado mortal! ¡Dichosos los que encontrará en tu
santísima voluntad, pues la muerte segunda no le hará mal.
PIDE SER TRASLADADO A LA PORCIÚNCULA
Desde entonces pedía a diario a sus compañeros
que le cantasen el Cántico, para amortiguar el sufrimiento y edificación de los
que hacían la guardia cada noche en torno a la casa del obispo. A Elías no le
pareció prudente tal comportamiento, temiendo que ellos se escandalizaran,
pensando que, en vez de cantar, tendría que estar llorando sus pecados, de modo
que le propuso el traslado a la Porciúncula, donde no estaría rodeados de
seglares. Francisco le recordó a Elías que hasta dos años antes lo había hecho
así, pero que, desde que el Señor en San Damián le aseguró el Reino, ya sólo
sentía ganas de cantar alabanzas en medio de las tribulaciones.
BENDICE LA CIUDAD DE ASÍS
Lunes 28 o martes 29 de septiembre 1226: Los
hermanos trasladaron a Francisco a Santa María en una camilla, acompañados de
muchos asisanos. Al llegar al hospital de San Salvador de las Paredes (Casa
Gualdi) quiso bendecir la ciudad de Asís, con estas palabras: Señor, creo que
esta ciudad fue en otro tiempo guarida y refugio de gente mala e injusta, mal
vista en toda la región. Mas por tu abundante misericordia, en el tiempo que tú
has querido, veo que le has manifestado el derroche de tu bondad, de manera que
se ha convertido en refugio y morada de los que te conocen y glorifican tu
nombre y difunden el perfume de una vida santa, de una recta doctrina y de una
buena reputación en todo el pueblo cristiano. Te ruego, por tanto, Señor
Jesucristo, padre de misericordia, que no mires nuestra ingratitud, sino que te
acuerdes sólo de la abundante misericordia que le has manifestado. Que esta
ciudad sea tierra y morada de los que te conocen y glorifican tu nombre bendito
y glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
MURIÓ CANTANDO Y BENDICIENDO AL SEÑOR
Los pocos días que faltaban para su tránsito al Padre los empleó en la alabanza, animando a los suyos a hacer lo mismo. Sabiendo que la muerte estaba cada vez más cercana, llamó a fray León y a fray Ángel y les mandó cantar con gozo y en voz alta, una vez más, el Cántico del hermano Sol. Él, mientras tanto, entonó como pudo el salmo 142: A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia, mientras me va faltando el aliento... A sus compañeros les había advertido: Cuando me veáis a punto de expirar, ponedme desnudo en el suelo, como anteayer, y dejadme yacer así, muerto, el tiempo que se tarda en recorrer una milla (algo así como una hora).
COMO UNA ESTRELLA
Al
anochecer del sábado 3 de octubre, a pesar de haber ya obscurecido, las
alondras seguían revoloteando alrededor de la casa donde Francisco yacía
moribundo. A los presentes les pareció la señal de que había llegado el
momento. Le faltaban dos o tres meses para cumplir 45 años. Había segundo al
Señor durante más de 20 y los dos últimos los vivió crucificado y gravemente
enfermo. Uno de los muchos hermanos presentes vio su alma elevarse como una
estrella, grande cuanto la luna y brillante como el sol, sobre una nubecilla
blanca. Muy lejos de allí, en el sur de Italia, fray Agustín de Asís moría a la
misma hora, exclamando:¡Espérame, padre, espérame, que me voy contigo!. Otro
fraile lo vio vestido de diácono y seguido de un cortejo de personas que le
preguntaban: ¿No es ese Francisco?", ¿No es Cristo?, y el fraile a todos
respondía que sí, pues a todos les parecía la misma persona. También el obispo
Guido, ausente de Asís por una peregrinación, lo vio en sueños que le decía:
Mira, padre, dejo el mundo y me voy a Cristo.
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